Entre tecleo y tecleo, me vuelve la ansiedad. Es como un escarabajo que recorre despacio mi estómago. Empiezo a morderme los dedos y los labios. Todo se detiene cuando entra una llamada. La pantalla del celular me muestra el nombre de la profesora de mi hija. Su tono de voz me confirma que llegó el día. Hace un esfuerzo por calmarse, pero no lo logra. Entre gritos me narra atropelladamente los hechos de las últimas cuatro horas.
Me
describe el incidente inicial, el pleito en el aula, los regaños, la reacción
fuerte de mi hija, su llamado a la rebelión, el corre y corre de profesores,
las barricadas de las niñas, mi hija levitando del enojo, la mal lograda negociación de la
directora, los incendios en los baños, la cisterna vacía de los bomberos, la
evacuación de las casas vecinas, el intento desesperado por salvar el edificio
del consulado ruso, los vítores de los niños desde los techos, el llanto de las
profesoras y mi hija, ojos encendidos, gesto fatal, caminando entre las ruinas del
colegio.
Un
poco más calmada, me dice que me están esperando los directivos, el consejo de
padres, el jefe de bomberos, la señora alcaldesa, el embajador ruso, el señor
Obispo, tres canales de televisión y un comisionado de la policía nacional.
Cuelgo,
me sirvo un café y pido a recursos humanos permiso para ausentarme. Mientras
camino hacia la salida, me siento en paz. Ya no más ansiedades, no más
preocupaciones, no mas escarabajos estomacales. Mi hija finalmente destruyó su
escuela, ya me puedo relajar.
Alberto Sánchez
Argüello
Managua Octubre 2017
Imagen: pintura de Van Der Heyden